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La paradoja de la era cuántica o por qué la experiencia humana se convierte en la clave para las empresas y la industria

3 minutos de lectura

En mis pensamientos y análisis del mundo laboral actual, preveo ciertos cambios de rumbo, e incluso retornos a las fuentes fundamentales, por parte de las empresas verdaderamente inteligentes.

Es cierto que la aparición repentina de la inteligencia artificial (IA), esa promesa tecnológica con aires de panacea, así como la nueva ilusión de los chips cuánticos (sin siquiera mencionar la milagrosa programación cuántica, aún en estado embrionario, o esa robótica con la perturbadora efigie del ser humano) nos han desconcertado absolutamente a todos. Este unicornio dorado alado, este Pegaso legendario de los tiempos modernos, ¿vienen a salvarnos, a elevarnos hacia cimas de productividad y creatividad o, por el contrario, a precipitarnos hacia una dependencia tecnológica de consecuencias imprevisibles?

En cuanto a las empresas, navegan hoy en la más profunda de las incertidumbres. ¿Qué estrategia adoptar? ¿A quién contratar para afrontar estos nuevos desafíos? ¿Cuál será verdaderamente el futuro del trabajo, más allá de los anuncios efectistas y las profecías autocumplidas?

Si a este vértigo tecnológico añadimos el estruendo de las guerras comerciales y arancelarias, las actuales presiones geopolíticas que redibujan los equilibrios mundiales, así como la brutalidad de las guerras convencionales (sí, aquellas que matan directamente, sin algoritmo numérico intermediario), el panorama mundial impone una revisión radical de nuestros esquemas de pensamiento. Obliga a reflexionar de manera diferente, a anticipar con una prudencia renovada y, por lo tanto, a actuar en consecuencia.

Las empresas verdaderamente inteligentes, aquellas que aspiran no solo a sobrevivir sino a prosperar en medio de lo que considero un falso milagro cuántico, deberán imperativamente dotarse de una materia gris probada y experimentada. Deberán valorar a los hombres y mujeres de las generaciones anteriores, esos actores y testigos vivos de las grandes transformaciones que precedieron al actual espejismo pseudocuántico y al oxímoron flagrante que es esta pretendida “inteligencia” artificial, tan desprovista de conciencia y sabiduría.

Esta es la razón por la cual, hoy, puedo vislumbrar con casi total certeza un futuro próximo donde los pilares de las empresas, aquellos que no solo mantendrán sino que también pilotarán con discernimiento la producción y la innovación, serán las mujeres y los hombres de entre 40 y 67 años, e incluso más. Aquellos cuya experiencia no es simulada, sino vivida.

La conclusión de mi reflexión sobre este tema es límpida: vaticino una toma de conciencia sobre la importancia capital para las empresas de adquirir, retener y transmitir toda la experiencia en la toma de decisiones, esa capacidad de navegar en la complejidad con perspectiva e intuición, que las mujeres y los hombres de 40 a 67 años han acumulado pacientemente a lo largo de las décadas y de la cual son depositarios únicos. Estas generaciones conocieron el mundo antes, aprendieron a resolver problemas con recursos limitados, a comunicarse sin la omnipresencia de lo digital, a construir a largo plazo. A fin de cuentas, es gracias a su labor, su resiliencia y su sabiduría que el navío de nuestras sociedades ha llegado hasta aquí. Y es también gracias a su ancla estabilizadora que este navío podrá proseguir su rumbo con seguridad, evitando los escollos de la precipitación tecnológica y de la amnesia colectiva.

Por lo tanto, no tengo ninguna duda de que la contratación de personas de 40 a 67 años por parte de las empresas visionarias aumentará exponencialmente. Porque son precisamente estas generaciones las que conocieron la vida sin la muleta constante de Internet, las que aprendieron el valor del trabajo sin la asistencia (o la amenaza) de la IA. Esta generación forjó su intelecto leyendo libros de papel enteros, desarrollando una capacidad de concentración profunda y un pensamiento crítico que los incesantes flujos de información actuales tienden a erosionar. Sus miembros a menudo pueden concentrarse sin esforzarse, analizar en profundidad y, sobre todo, poseen una perspectiva histórica y una inteligencia emocional indispensables.

No quiero alargar esta proyección futura ni hacerla más pesada de lo que ya es 😉 El mensaje esencial está ahí, vibrante de una convicción nacida de la observación y el análisis. Concluyo, pues, aquí, esperando que estas reflexiones siembren algunas semillas de discernimiento.

josé martínez

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