Ayer me encontré ante la tarea de explicar a un grupo de personas, que los colores no existen. Porque, en realidad, no existen. No me sorprende que alguien e incluso la mayoría de la gente no lo sepa. Pero lo complicado para mi es explicarlo de manera sencilla y clara. Eso es lo más difícil para mi: explicarlo de manera comprensible para tod@s.
No pretendo hacerlo de manera precisa y extendida ahora, no, en absoluto.
Solo diré que nuestro cerebro (cada cerebro) interpreta los colores, siendo estos el resultado o la percepción final que elabora a partir de la lectura y el procesamiento de las diferentes longitudes de ondas que nuestros ojos captan y nuestras conexiones nerviosas transmiten y procesan. Lo realmente interesante es que todo este proceso nos obliga a pensar que los colores nunca serán iguales para ninguno de nosotros, incluso con la existencia de tablas de colores muy precisas. Las máquinas pueden interpretar los colores con absoluta precisión, eso es cierto. Pero nosotros, los humanos, bien es sabido que no somos máquinas.
Cada uno de nosotros percibimos los fenómenos naturales de manera diferente, única, con ligeros matices o diferencias. Esos matices hacen que percibamos nuestro entorno de manera única y singular. Y mientras que algunos de nosotros ven belleza, otros tan solo ven formas o contornos.
La plasticidad de nuestro cerebro nos hace únicos, sí únicos, al igual que es único todo lo que sentimos e imaginamos por nosotros mismo. En este hecho observable y biológico, solo hay una perturbación que hace que dos cerebros, en un momento dado, se acoplen y vean o quieran ver exactamente la misma cosa en todo momento, sin que esto sea un fallo o una anomalía. Este último fenómeno universal que todo humano percibe al menos una vez en su vida se llama: Amor.
josé martínez
